
Por Gilberto Dihigo
Nada humano me es ajeno
El mítico argentino Carlos Gardel cantó en un hermoso tango que 20 años no son nada y si eso es cierto al parecer 54 tampoco significan mucho, porque desde que México sacó el pecho por sus hermanos de América Latina y organizó aquellos hermosos Juegos Olímpicos en 1968 no hay mejorías deportivas, económicas, ni sociales en ese contradictorio continente de hombres bravíos que lleva nombre de mujer.
México en nombre de América Latina vistió la túnica olímpica para recibir a los jóvenes deportistas de todas las naciones, en una fiesta donde el mundo se lamía aun las heridas infligidas por la revolución cultural china, el aplastamiento de los tanques soviéticos a la revuelta en Checoslovaquia y la represión a los estudiantes en Francia y en el propio México.
La cita olímpica de 1968, que tuvo la silenciosa protesta de los corredores negros estadounidenses Tommie Smith y John Carlos, quienes trataron de llamar la atención del mundo sobre la brutal y cruel discriminación a que eran sometidos en su propio país.
Mexico-68, rechazado por muchos especialistas, quienes auguraban posibles muertes en deportes como el atletismo, debido a la altura de la ciudad. Sin embargo los presuntos muertos gozaron de tal salud que en el llamado deporte rey se implantaron plusmarcas mundiales en 100, 200 y 400 metros planos, 400 con vallas, salto largo y los relevos de 4×100 y 4×400. Eso sin contar que se igualaron récords en 800 metros y rompieron las cotas olímpicas en 1500 metros, 110 con vallas, salto alto, disco, jabalina y decatlón todos en la rama masculina.
Las féminas destrozaron los tiempos mundiales en 100 y 200 metros planos en los relevos de 4×100 y 4×400, salto largo y bala y otro tanto en los olímpicos con 800 metros, disco y emparejaron en los 400 metros planos.
Pese a ser tan “peligrosa” la Ciudad de México, como delinearon algunos exagerados en ese entonces, permitió tremendas libertades y eso puede atestiguar el fenomenal salto de Bob Beamon(8.90), marca que muchos vaticinaron era del siglo 21.
Si espectacular fue el brinco del estadounidense, asombroso fue que seis competidores en esa final pasaron los 8 metros. Los Juegos Olímpicos del 68 le sirvieron al estadounidense Alfred Oerter para conquistar su cuarta medalla de oro consecutiva en el lanzamiento del disco e implantar un récord difícil de superar en esa modalidad.
También resultó ser un escenario eficaz para que su compatriota Dick Fosbury mostrara su “excéntrica” manera de competir en salto de altura, como llamaron al despegue de espaldas “Fosbury Flop”, motivo de grandes polémicas en esos tiempos, hoy algo tan común para los saltadores.
La cita del 68 resultó ser el principio del fin para el boxeo mexicano olímpico –obtuvo dos títulos de oro, más un bronce- la clarinada del cubano que con sus dos medallas de plata iniciaba el ascenso hacia la cúspide del mundo y el comienzo de la carrera exitosa de un boxeador de los pesos completos que llegaría a ser campeón mundial: George Foreman.
Esas hazañas deportivas traspasaron el presente para convertirse en distanciadas referencias del ayer lejano. Pasado el tiempo comprobamos que para las naciones ricas ocurrieron cambios importantes en su bienestar social y deportivo.
Todo se transformó en el mundo, menos en este sufrido subcontinente, que con esa celebración se quedó como novia de pueblo, vestida y alborotada, porque los festejos deportivos olímpicos nunca más volvieron a esta región del mundo.
Parafraseando al poema del cubano José Ángel Buesa. “Los Juegos Olímpicos pasaron sin saber qué pasaron”. Y es que la esperanza para salir de la senda de los imposibles para las naciones del subcontinente se aleja con todas esas enfermedades mortales que sufre la economía de la región llamadas deuda externa, altas tasas de intereses y corrupción que debilita aun mas a la sociedad.
Claro no todo quedó inmóvil por estas tierras. Ocurrieron cambios. Creció la pobreza y ahora son mas de 213 millones de personas los que viven en ese renglón de indignidad humana, de ellos más de 65 pululan en la pobreza total, la deuda externa aumentó a más de 250 mil millones de dólares.
Si, ocurrieron cambios, pero la impunidad de políticos, funcionarios públicos y ladrones de cuello blanco, quienes desfalcaron bancos y salen absueltos, se mantienen de la misma manera o conseguir una real libertad de expresión – en los últimos veinte años se cometieron cerca de 300 asesinatos contra periodistas- es una tarea inconclusa.
No hay Juegos Olímpicos, pero es olímpica la manera como se trata al futuro en Latinoamérica: los niños, quienes viven un infierno en este subcontinente viven 15 millones de ellos por las calles, un millón mueren cada año de enfermedades curables y más de 6 millones padecen desnutrición crónica y no pasa nada.
Lo paradójico es que con poco dinero se podría solucionar algunos de estos males y sin embargo los recursos se dedican a buscar maneras más rápidas de exterminarse. Los gastos de defensa son una carga más para la región y de acuerdo a un informe del Instituto Internacional para la paz en el 2009 América Latina compró armamentos por 51 mil 800 millones de dólares, un aumento del 7,6 por ciento respecto del año precedente.
No son los primeros en Juegos Olímpicos, pero si tienen la primicia de ser la región donde se practican más abortos inducidos y entre los primeros con mayores números de analfabetos, con la penosa cifra de que cuatro de cada 28 latinoamericanos no saben leer, ni escribir.
En resumen, según el Instituto Interamericano de Desarrollo Social, organismo creado por el Banco Interamericano de Desarrollo, América Latina es la región del mundo que presenta mayor desigualdad.
Ahora, si en las notorias reuniones de los jefes de estado latinoamericanos las palabras y planes dejen de rebasar a las acciones para transformar los males, entonces estará más cerca que lejos la posibilidad de que una segunda nación latinoamericana organice los Juegos Olímpicos.
Tal vez la OEA deje de ser un organismo fósil y logre la unidad económica entre todas las naciones del subcontinente. Tal vez la OEA sea capaz de estructurar una propuesta al Comité Olímpico Internacional de que varias naciones de América Latina unirán sus recursos para pedir la sede olímpica cómo única manera para enfrentar ese reto.
Por lo pronto mientras los bla, bla de las reuniones se los lleve el viento tendremos que seguir con las velas encendidas por México-68, aquel maravilloso milagro latinoamericano de los Juegos Olímpicos, la única vez que los dioses del deporte hablan el español de Latinoamérica.
