
Por Gilberto Dihigo
Nada humano me es ajeno.
Tara la la “quiero lanzar un grito inhumano, que es una manera de ser escuchado”, así dice un fragmento de la canción del brasileño Chico Buarque de Hollanda. Sí, tal vez haga falta ese alarido. Un clamor que sacuda a toda la América Latina y les recuerde a sus hijos que aún la integración permanece en la almohada de los sueños incumplidos.
Un grito para decidir a los vacilantes, conmover a los duros de corazón, apoyar a los convencidos. Sólo conseguido el ideal de Bolívar, quien afirmó en mas de una ocasión: “para nosotros la patria es América”, el deporte latinoamericano tendrá un aspecto menos sombrío en este siglo o lo que es mejor, su futuro no se hallará en la zozobra del naufragio.
Muchos gobiernos latinoamericanos están obligados a solucionar acuciantes problemas económicos y sociales, entre ellos el alto porcentaje del desempleo en la población activa, los elevados índices de inflación, la deuda externa y otros males. Pensar que en esos países los programas gubernamentales referido al deporte tengan una alta cantidad de recursos, es cómo pedirle a Walt Disney que convierta en gigantes a los enanitos de Blancanieves.
Todo el mundo está convencido de lo importante que resulta el deporte para la salud y reunión tras reunión, conferencia tras conferencia, se llega los mismos acuerdos y proyectos que hacen saltar de júbilo a los optimistas y chasquear la lengua a los que perdieron la fe.
Lo más grave del asunto es que cuando el Estado destina recursos económicos, los dirigentes deportivos no consiguen un resultado ni siquiera regular y el dinero desaparece dentro del sombrero del mago y no vuelve después ni como conejo. Y mientras la pobreza, la desnutrición, el hambre y otros renglones negativos sean miembros permanentes de las familias latinoamericanas, la región seguirá sentada encima de un barril nuclear por sus problemas sociales; pensar en desarrollo deportivo es prácticamente creer en un sueño irrealizable.
Si no ocurre esa integración por la que se luchó y murieron nuestros próceres, tendremos que seguir impasibles ante el continuo éxodo de nuestros mejore valores hacia Europa y Estados Unidos, dos eficaces trampolines para salta hacia la prósperidad económica.
No hay dudas que una gran parte de América Latina es todavía esa máscara que dijo José Marti, aunque ya no posea ni los calzones de Inglaterra, ni el chaleco parisiense, ni la montera de España. Por desgracia el chaquetón de Norteamerica continúa en el ropero. Ante el semidesértico panorama de América Latina solo nos queda lanzar un grito. Ojalá los políticos latinoamericanos lo escuchen y en vez de enriquecerse mientras se hallan en el poder, dediquen sus esfuerzos para que los renglones negativos que agobian a nuestra región en el deporte sean eliminados. Sí, hace falta un grito para esos oídos sordos.
Nos vemos pronto, pero mientras tanto sean felices, siempre hay tiempo.
