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El Palenque de Dihigo

Fracaso: Palabra temida

Para los seres humanos existe una palabra tan temida como el crucifijo y el ajo y que lo retan de manera constante en su accionar: el fracaso.

 Por Gilberto Dihigo

Nada humano me es ajeno.

Dice la leyenda que el crucifijo, la luz solar y el ajo bastan para espantar al más osado de los vampiros. Cualquiera de esos tres objetos le ponen la piel de “gallina” a los míticos chupadores de sangre.

Para los seres humanos existe una palabra tan temida como el crucifijo y el ajo y que lo retan de manera constante en su accionar: el fracaso.

Ese sentimiento es uno de los más terribles demonios que azota al hombre y resulta muy doloroso, cuando se cree poseer de antemano un cheque victorioso, hasta que el fracaso demuestra que el cheque no tiene fondo. En la historia del deporte hay numerosas páginas en que la bestia negra del fracaso mancilla a las aladas doncellas de la fama y el triunfo quienes abandonaron a sus presuntos dueños sin remordimientos.

Ese momento decepcionante puede confirmarlo el estadounidense Leroy Burrell, el gran favorito en la cita olímpica de Barcelona 92 para adueñarse de la corona del gran Carl Lewis en los 100 metros planos. Burrell registró en la semifinal 9.97 y con ese fenomenal tiempo sentía ya el cosquilleo de la medalla de oro en su cuello.

Rodeado, desde los inicios del certamen, por una gran publicidad, Burrell fue señalado por casi todos los especialistas como el delfín de un trono que no sería defendido por su rey, Carl Lewis, quien al no clasificar en las eliminatorias de su país, perdió el derecho a correr la distancia en la ciudad catalana.

Los ojos del mundo estaban clavados en Leroy. El dijo que no tenía dudas en ganar la medalla olímpica. Por tal motivo, meses atrás se trazó una estrategia que consistió en participar en pocas carreras y entrenarse solo en Santa Mónica, su club. Al llegar a Barcelona afirmó que ganaría sin dudas la corona de la prueba relámpago del deporte rey.

Como para certificar su aseveración, la firma ASICS le fabricó unos zapatos especiales. El calzado, realizado después de muchas pruebas en un ordenador que simuló toda la gama de movimientos biomecánicos de Burrell, tenía el objetivo de mejorar, en lo posible, el impulso del corredor.

Las innovaciones que hizo ASICS para Burrell fueron: una suela que presentaba un grupo de tres tacos situados a la altura de los dedos del pie, con lo cual el zapato se adhería con mayor rapidez al terreno, a la vez que potenciaba un máximo de fricción. 

Se previó diminutas protuberancias triangulares en la parte anterior de la suela. Su tamaño, más pequeño de lo común, aseguró óptimas condiciones de fricción entre el zapato y la pista sintética, lo que permitió al atleta lanzarse con mayor capacidad de despegue.

 

En fin, las condiciones técnicas eran ideales. Solo hacía falta un hombre veloz y ahí estaba Leroy. Pero ni ASICS, ni el propio Leroy contaron con 77 kilos de peso, distribuidos en 1.89 metros llamado Linford Christie. El británico, sin mucho ruido, ni alardes, impuso una fuerte carrera que no ofreció oportunidades a Leroy, ni a su compañero Denis Mitchell, para llevarse el primer lugar.

Y como colofón del hundimiento de Leroy, para regocijo de ese demonio que es el fracaso, ni siquiera tuvo posibilidades para la medalla de plata.

Nuestro héroe fue relegado a una sexta posición. Por fortuna para el norteamericano, su origen no era japonés como la firma que le fabricó sus especiales zapatos, sino su presidente, Kihachiro Onitsuka, le hubiese sugerido que después de esa terrible humillación lo más honorable era hacerse el harakiri.

No cabe la menor duda que la sombra del ave morado(¿porque siempre debe ser negro el pájaro del infortunio) es una de la más temida por nosotros los hombres. No me despido, nos vemos pronto, pero mientras tanto sean felices, siempre hay tiempo.

cimarron1952@gmail.com.

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