
Por Ricardo López
No se sabe a bien si el mito fundacional de Arroyos de Mantua proviene del naufragio de un bergantín italiano llamado Mantua o del desembarco de un grupo de navegantes italianos oriundos de la ciudad lombarda de Mantua que huían de los buques ingleses tras ser confundidos con corsarios.
El caso es que Mantua, como le llama la gente de la provincia cubana de Pinar del Río, es referido a menudo como el pueblo de los inmigrantes italianos y, desde hace poco, como el lugar donde nació Randy Arozarena, el pelotero que puso a soñar a México en el Clásico Mundial, un torneo instaurado en 2006 bajo la idea de legitimar el beisbol de selecciones.
Con 18 años, Arozarena comenzó su andadura en la pelota profesional con los Vegueros de Pinar del Río, el segundo equipo más popular de la isla tras los Industriales de La Habana, la cenicienta de la pelota revolucionaria y fábrica de peloteros inmortales como Luis Giraldo Casanova, Alfonso Urquiola y Omar Linares. Un par de años más tarde, tras la súbita muerte de su padre ante una reacción alérgica a los mariscos y luego de ser relegado injustamente de la nómina que representó a Cuba en la Serie del Caribe de 2015, Randy optó por tomar el camino que cualquiera con aptitudes para dedicarse a lo que más le gusta tomaría: desertar de la isla. A bordo de una balsa, recorrió 270 kilómetros a mar abierto para llegar a Isla Mujeres, en el sureste de México.

Las botas de Arozarena. Fuente Externa
Arozarena fue firmado por los Toros de Tijuana en 2015, en el marco de un programa de scouteo promovido por Major League Baseball (MLB). Fue a la academia de Tijuana para pulir sus habilidades con el madero y desarrollarse físicamente en una estructura de alto rendimiento. Su meteórico ascenso en las sucursales de los Toros incluyó una brevísima estadía en el beisbol amateur y la Liga Norte, hasta que llegó al equipo grande. En LMB apenas disputó cinco partidos, puesto que aparecieron los Cardenales de San Luis para firmarlo como agente libre internacional por 1.25 millones de dólares. Entonces compatibilizó su camino en las fincas de los pájaros rojos con una emocionante etapa con los Mayos de Navojoa, en la Liga Mexicana del Pacífico. Fue precisamente en Navojoa, una ciudad del sur de Sonora encaramada en la franja más fértil del valle del Mayo, donde comenzó a popularizar las botas de vaquero como cábala para conectar imparables a granel.
La eclosión como jugador de todos los días en Grandes Ligas llegó bajo el manto del iconoclasta Kevin Cash, tras ser cambiado a los Rays de Tampa Bay por el pitcher Matthew Liberatore, un ex recluta de primera ronda. Cash, el gran responsable de trastocar la figura del abridor, de agitar el árbol del shift defensivo —prohibido por MLB a partir de la siguiente temporada— y por gestionar el clubhouse como un círculo de lectores fabriles, lo idealizó como un activo flexible para cubrir cualquiera de los jardines y un bateador capaz de producir indistintamente en los cuatro primeros lugares del orden al bat. Ese mismo año de 2020, con una salvaje exhibición a la hora cero, llevó a Tampa Bay, una de las nóminas más bajas de MLB, a disputar su segunda Serie Mundial en la historia de la franquicia. Al año siguiente, su primera temporada completa, ganó el premio al Novato del Año y se convirtió en el primer jugador en la historia de la postemporada en conectar un cuadrangular y robarse home en el mismo partido. En 2022 se reafirmó como la cara de la franquicia de los Rays al conectar 154 hits, estafarse 32 almohadillas, pegar 20 cuadrangulares e impulsar 89 carreras.
Su historia como internacional mexicano comenzó con el nacimiento de su primera hija en territorio azteca y los recurrentes guiños que le lanzó al presidente Andrés Manuel López Obrador, un devoto incondicional del beisbol, con miras a acelerar su proceso de naturalización para poder representar a México en el Clásico Mundial de Beisbol de 2023. «Se trata de un pelotero de origen cubano, que estuvo en México, después se fue a Grandes Ligas y participó en la pasada Serie Mundial; se destacó porque rompió récords de bateo. Un fenómeno del beisbol, parece que está casado o tiene familia en México y él quiere tener la nacionalidad mexicana, para ir a representarnos», argumentó el mandatario mexicano ante los medios de comunicación, atendiendo el llamado del guardabosques caribeño. «Le vamos a pedir a Francisco Garduño, quien es el director de Migración, que entre en comunicación con él y lo vea. A mí que me gusta el beisbol, les puedo comentar que tenía mucho tiempo que no veía a un bateador tan efectivo como Arozarena”.

Arozarena con mascara. Fuente Externa
Fue así que Randy pudo cumplir el sueño de representar a México en el Clásico Mundial de Beisbol, comandando a la novena tricolor a las semifinales del torneo por primera vez en la historia. En dicha instancia, un batazo profundo del antesalista japonés Munetaka Murakami, potencial alter ego del candidato perenne al premio Nobel de literatura, separó al representativo nacional de una final soñada ante Estados Unidos. Arozarena constató que ser mexicano también es eso: vivir al borde de la paradoja. Alineado como jardinero izquierdo y como primero en el orden al bat, se echó al bolsillo a la afición a golpe de carisma, oportunismo con el madero, un sombrero de charro, unas botas vaqueras, una máscara de luchador y un par de atrapadas antológicas en el prado izquierdo que lo separaron de facto de otras glorias mexicanas que nunca tuvieron la posibilidad de disputar un torneo de tales características o les llegó demasiado tarde o, en el peor de los casos, rindieron por debajo de las expectativas.
Concediendo que jugadores de posición como Erubiel Durazo y Benjamín Gil —manager de la actual novena mexicana— ganaron Series Mundiales con Diamondbacks (2001) y Angels (2002) respectivamente, que Vinicio Castilla formó parte del célebre club de los bombarderos de la Calle Blake en Colorado y que Adrián González cimentó una gran reputación como bateador zurdo de élite en el cavernoso Petco Park de San Diego, el testigo de Arozarena ayudó a visibilizar y democratizar el beisbol en espacios tradicionalmente hostiles y antagónicos. Un hito que solo la Fernandomanía, un recuerdo cada vez más traslúcido, ha sido capaz de conquistar.
No es exagerado decir que, después de lo que vivimos con la Selección Mexicana en Arizona y Miami, el beisbol mexicano se comenzará a explicar a partir de dos etapas claramente contrastadas: antes y después de Randy Arozarena.
