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El Palenque de Dihigo

!Los libres de culpa lancen la primera piedra!

  Nadie, ni el más hábil de los deportistas, puede eludir durante su carrera esa pesadilla que de manera invariable resulta dolorosa y frustrante.

Por Gilberto Dihigo.- 

Un pasaje bíblico señala que aquellos libres de culpa lancen la primera piedra. Eso en pocas palabras se traduce a que en este enloquecido mundo nadie es perfecto y si ese cristiano pensamiento lo llevamos al lenguaje deportivo significa que ningún deportista está libre de la derrota.

  Nadie, ni el más hábil de los deportistas, puede eludir durante su carrera esa pesadilla que de manera invariable resulta dolorosa y frustrante.

  Sin embargo, algunos especialistas en psicología deportiva aseguran que a veces perder es tan necesario como las gloriosas victorias y clasifican esas derrotas en tres grupos. 

  “Derrota inevitable”. El deportista se enfrenta a un adversario más fuerte y sabe qué perderá. En este caso la derrota constituye un estímulo para el derrotado.

“Derrota eventual”. Suele suceder que al enfrentarse a un adversario más débil el favorito pierde, pese a todas sus ventajas. Esta es la derrota más dolorosa.

  “Derrota planificada”. El deportista, lo suficientemente preparado, participa en competiciones sin importancia para él y sabe que lo esencial es pasarlas, pues son una prueba. En este tipo de competiciones los descalabros se planifican.

 Así, escrito y detallado, las explicaciones sobre las derrotas son muy satisfactorias. Sucede que en el momento de la verdad aficionados y prensa unen todas en un común denominador llamado derrota a secas. Esa manera de enjuiciar puede provocar inseguridades en los deportistas, quienes se ven presionados a ganar en cada salida.

   Si alguien duda de ese efecto pernicioso, pregúntelen a los futbolistas mexicanos del equipo nacional cómo se sienten cada vez que se le avecina un compromiso internacional.

 El único remedio que evita el síndrome de la derrota radica en la psiquis de los deportistas y el esfuerzo del entrenador, quién debe inculcar a sus pupilos que la derrota no es humillación, ni una tragedia, ni una mala pasada de la suerte. Toda reacción a la derrota depende ante todo al objetivo que se plantea el atleta.

 Al ser muy elevado el deseo al triunfo, la desventura de perder produce un estado particularmente negativo. Hay otros casos que el mismo deportista no sabe lo que quiere y entonces la derrota no ocasiona enojos de consideración. Esa derrota sólo significa mejor preparación del adversario en determinados aspectos de la disciplina, no hay que verlo como una maldición de los dioses.

 Las derrotas, como todos los actos que realiza el hombre tiene justificaciones, pero ocurre que como la derrota es huérfana y nadie quiere responsabilizarse con semejante criatura, los funcionarios deportivos fundamentan teorías para defender esos reveses, sobre todo cuando la raya negativa adquiere el terrible nombre de fracaso.

 Los fracasos son el máximo escalón. Qué brasileño no recuerda el catastrófico “Maracanazo”, cuando los uruguayos se llevaron la Copa Mundial de fútbol ante la mirada atónita del país de la samba.

Eso no tiene otro nombre que fracaso. El fracaso a veces no es tan negativo, pese a lo que pudo decir el mexicano Antonio Cruz Martínez, quien intentó hace más de una década suicidarse en tres ocasiones y no lo consiguió. En realidad el récord de intentos en esos años atrás lo poseyó el inglés Alan Urwin, quien  trató siete veces y fracasó en todas las tentativas.

Por fortuna esos fracasos, en contra del rito usual, fueron buenos porque resguardaron dos vidas. En el deporte la derrota o el fracaso son dos enfermedades que nadie quiere contraer y mucho menos ahora en estos tiempos, en que las victorias deportivas danzan al compás de la dulce música del dinero.

Nos vemos pronto, pero mientras tanto sean felices siempre hay tiempo. Aquí les dejo mi correo cimarrón1952@gmail.com, por si quieren criticarme o saludarme, ambas propuestas son bien recibidas.

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