
Miami, Florida.-El béisbol venezolano vuelve a ser noticia por una razón que avergüenza. El hecho ocurrió hace apenas dos días, lo que mantiene el tema vivo en la opinión pública y en el debate deportivo nacional. Tras la reciente victoria de los Leones del Caracas sobre los Navegantes del Magallanes en el Estadio José Bernardo Pérez de Valencia, familiares del receptor grandeliga Salvador Pérez incluida su madre, Gilda Pérez fueron víctimas de agresiones verbales y hostigamiento dentro del propio estadio, específicamente en las gradas, mientras intentaban abandonar el recinto. Los videos difundidos en redes sociales muestran un cerco intimidante de aficionados que profirieron insultos y ofensas, una escena impropia de un espectáculo deportivo que históricamente ha sido punto de encuentro para la familia.
El repudio ha sido generalizado, particularmente en círculos del béisbol caribeño y medios especializados como Momento Deportivo RD, donde se ha señalado que este tipo de conductas no representan la esencia del fanático verdadero. Analistas, exjugadores y fanáticos coinciden en que se trata de un acto intolerable y bochornoso que golpea la imagen de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP). Nada ni la rivalidad, ni la pasión, ni la frustración por una derrota no justifica la agresión a familiares de los protagonistas del juego. El béisbol es competencia; la violencia, un fracaso colectivo.
El caso de Salvador Pérez duele aún más por su simbolismo. Pese al desagradable episodio, el estelar receptor continúa jugando en Venezuela, mostrando profesionalismo y respeto por la liga y la afición que sí valora su presencia en el país. El capitán de los Reales de Kansas City y del equipo Venezolano para el Clásico Mundial de Beisbol regresó a la LVBP para cumplir el sueño de su madre, una historia que debía celebrarse como triunfo de identidad y arraigo. En lugar de aplausos, su entorno recibió insultos. No es un hecho aislado: hace dos años, familiares de Ronald Acuña Jr. atravesaron una situación similar. La reiteración convierte el problema en estructural y exige respuestas.
La LVBP, los clubes y las autoridades del estadio están obligados a actuar con firmeza. La seguridad no puede terminar cuando se apagan las luces del terreno; debe extenderse a pasillos, salidas y áreas comunes. Identificar responsables, aplicar sanciones ejemplares y reforzar protocolos es imprescindible para enviar un mensaje claro: quien agrede no representa al béisbol.
Desde una óptica firme pero responsable, también es necesario un llamado a la mesura en el debate público, manteniendo el foco en los hechos y en la obligación de proteger a los protagonistas y sus familias dentro de los estadios. En opinión de este autor, no puede descartarse que existan intereses externos que busquen contaminar el deporte con agendas ajenas al juego; sin embargo, hasta tanto no existan pruebas verificables, esta apreciación debe entenderse estrictamente como una opinión y no como una afirmación de hecho. Intentar politizar estos hechos o atribuirlos, sin pruebas, a bandos ideológicos desvía la atención del punto central y añade ruido a una discusión que requiere soluciones concretas. El problema aquí no es la preferencia política de nadie, sino la falta de civismo y de controles efectivos para proteger a quienes asisten a un juego.
Venezuela es tierra de estrellas. Salvador Pérez y Ronald Acuña Jr. son patrimonio deportivo del país y embajadores del talento nacional. Sus familias merecen respeto. Cuidarlas es cuidar el futuro del béisbol venezolano. La pasión no puede cruzar la línea de la dignidad humana. Cuando lo hace, pierde el juego toda la afición.
En lo personal, yo hubiera preferido abandonar la liga y regresar a la Florida.











